sábado, 26 de noviembre de 2011

REFLEXIONES...


Creo que, algunas veces, y digo algunas veces, cuando vivimos días como el que tu estás viviendo hoy, podemos replantearnos un poco nuestra vida.

Porque después de a la infantil y moméntanea sensación de la que tal vez – y solo tal vez- podría ser absurda felicidad, pensamos lo típico de: bueno, peor sería no cumplirlos. Y luego llega una valoración de tu vida, de que ha sido hasta el día de hoy y de lo que esperas que sea a partir de ahora.

Y es curioso como un día como cualquier otro, pero en el que se supone que tendríamos que ser muy felices, reflexionamos sobre cosas que tal vez no són demasiado alegres, pero que hay que pensar a veces. Y leer cosas como esta pueden facilitar (o dificultar, porque pensar en esto no es fácil), la tarea.

Mirar atrás, en el fondo, no es tan difícl: la tonta alegría de ver fotos de cuando éramos pequeños, recordar momentos en los patios del colegio, en los parques, en las fiestas de cumple de los amigos… y lo bien que lo pasábamos, y lo fácil que era ser amigo, confiar en alguien.

Y cuando realmente empiezas a crecer, y empiezas a darte cuenta de cómo es en realidad la vida, y piensas; oye, no está tan mal… Pero creo que lo mejor es cuando empiezas a saber vivir la vida con alegria, con gusto, y con ganas, sin pensar en lo que realmente puede conducirte.

Así que, después de esta introducción, me gustaría decirte que realmente estoy encantada de tener alguien con quien escribirse de vez en cuando, alguien con quien poder reflexionar de cosas más profundas que simples problemas adolescentes…

Y te regalaría un cuento, pero creo que hoy deberías leer un cuento mucho más largo de lo que yo llegaré a escribir en toda mi vida.. el cuento de tu vida. Un cuento que, por el momento, tiene final abierto, pero oye: cada día puedes leer una página ;)

Y espero que este texto, sino te ayuda, como mínimo te guste.
¡FELICIDADES!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Regalo para un amigo especial, así un poco adelantado... :)

DE LO QUE VERÍA CUALQUIERA.


Prácticamente nadie se fija en un hombre que está de pie en la Avenida Principal. Viste de
negro, de arriba a abajo. La gabardina es larga, el sombrero le tapa la cara. Realmente resulta
un tanto extraño que nadie sospeche de dicho atuendo, pero es lo que tiene el estrés de la
ciudad: cada peatón va perdido en sus asuntos.


En la cafetería de la acera de enfrente un cliente levanta la cabeza de Cumbres Borrascosas: es
un chico joven, de unos diecisiete años, con el cabello bastante zarrapastroso y algún que otro
grano en la cara. Este chaval se queda mirando a nuestro protagonista, que ahora mira hacia
un lado y otro de la calle, como buscando algo.


Después de cruzar la ancha calle, el sujeto en cuestión entra en la cafetería. Atraviesa toda la
terraza (rozando la mesa del chico) y, una vez dentro, se mete en la trastienda. Cierra la puerta
tras de sí, y cinco minutos más tarde entra otro hombre, un cliente cualquiera que se escabulle
entre los demás sin que nadie se dé cuenta.


Pasada una hora más o menos, el mismo hombre con la misma gabardina y el mismo sombrero
sale a paso rápido del local, tumbando sin querer la bebida del lector joven. Murmura unas
disculpas y sale corriendo.


El chico lo mira asombrado.


DE LO QUE VIO FERRAN.


Hay realmente pocas cosas que me distraigan de la lectura, pero realmente es difícil
concentrarse con todo el ruido de la ciudad. Levanto la cabeza (por culpa del claxon de un
taxi) y veo una cosa que me sorprende: hay un hombre en la acera de enfrente vestido todo
de negro, de la cabeza a los pies, lleva un sombrero negro que le tapa la cara, un abrigo negro
que le va ancho y que le llega a las rodillas, y un par de botas que cubren lo que le queda de
cuerpo.


Dicho hombre cruza la calle, y parece algo paranoico, como si tuviera miedo de que lo
siguieran: no para de mirar a lado y lado. Yo si fuera él no temería, porque no creo que nadie
en su sano juicio se acercara a un tipo como aquél.


Cuando llega a la puerta de la cafetería, se decide a entrar, y roza un par de mesas (incluida la
mía) como si realmente no mirara por donde pisa. Tampoco puedo estar seguro; no se le ve la
cara. Una vez está dentro, vuelvo a mi lectura – Cumbres Borrascosas - y me olvido de él.


Aproximadamente una hora después, alguien choca contra mi mesa debido a su prisa y tira lo
que queda de mi té: es el mismo hombre. Me pide perdón por lo bajini y sale disparado.


Me lo quedo mirando realmente sorprendido: no sólo el timbre es inusualmente agudo, sino
que a demás su voz me resulta extrañamente familiar…


DE LO QUE PASÓ EN REALIDAD.


Lisa odia a su marido. Es por eso que hace más de dos años que se ve con un amante, un
colega del trabajo que la hace sentir rejuvenecida, querida y necesitada. Vuelve a saber lo que
es la chispa del amor, y las ansias y el deseo de algo más que solo un beso de buenas noches.


El primer problema que les surge es dónde verse: no es que su amante tenga mujer, qué va.
Simplemente comparte un piso en el que es imposible tener intimidad.


Su mejor amiga, Penélope, que también odia a Gerardo, les propone rápidamente una
solución: les dispone de un espacio en el que seguro que tendrán intimidad, pues va con
pestillo incluido. Además, el bullicio que hay fuera es tal que nadie se percatará de lo que pasa
en el interior…


El problema que sigue al principal es como esquivar a su marido, que a veces se emperra en
seguirla “a escondidas”, como si ella no se diera cuenta. “Pe” soluciona eso también: la hace
pasar por la tienda de su hermana, y entonces Lisa se disfraza ahí: se ponía una gabardina
negra larguísima, y un sombrero que le tapa la cara entera.


Hoy, Lisa, ya disfrazada, está a punto de llegar al sitio de encuentro: la cafetería de “Pe”, o más
bien su trastero, ocultado tras una “falsa trastienda”. Una vez cruzada la calle, entra sin poner
atención en lo que la rodea: tiene demasiadas ganas de ver a Andrés. Una vez en la trastienda
se quita la pesada gabardina y el sombrero y se suelta el pelo. Andrés entra cuando se está
quitando las botas, y antes de que termine ya la está desnudando y besando, todo al mismo
tiempo, con muchísima más urgencia que la última vez… cosa que satisface todavía más a Lisa.


Una hora más tarde se empiezan a vestir, entre beso y beso, cosa que hace todavía más difícil
la tarea, pero qué más da: están enamorados, y en el amor no hay prisa que valga. Solo la de
regresar con la persona a la que amas. Se dan un último beso, y Lisa se ajusta el sombrero
antes de salir. Saluda a “Pe” y se larga con prisa, con miedo a que su marido le recrimine que
lleva mucho fuera de casa.


Al salir, ni siquiera se da cuenta de que hay una mesa en medio de su camino, y con las prisas
derrama el té de un chico sentado. Cuando lo mira a la cara, se da cuenta de que es su hijo. Le
pide perdón con la voz ahogada, y reacciona saliendo por patas de la terraza.